Emma Araujo (Edmon Castell). 2015 |
Un libro poco corriente. Emma Araújo de Vallejo: su trabajo por el arte, la memoria,
la educación y los museos es, sin duda, un libro poco corriente.
Y no tanto por los temas que contiene o las preguntas que plantea, sino especialmente por el método dialógico y el horizonte de investigación que abre para los museos en Colombia.
Y no tanto por los temas que contiene o las preguntas que plantea, sino especialmente por el método dialógico y el horizonte de investigación que abre para los museos en Colombia.
Es un libro sobre una mujer, Emma Araujo (nacida en 1930), una museóloga relativamente desconocida en Colombia. El libro
incide en algunos de sus principales logros profesionales como museóloga y
destaca, de forma especial, el período comprendido entre 1974 y 1982, en el que
Emma A. se desempeñó como directora del Museo Nacional de Colombia.
Pero el libro es algo más que un
reconocimiento a la trayectoria profesional de una mujer comprometida con los
museos y la educación. A medida que avanza la lectura, descubrimos que la
mirada de William López –profesor del Instituto de Investigaciones Estéticas y
de la Maestría en Museología de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional
de Colombia- sobre su protagonista no busca centrar su atención en los logros
de Emma A., sino en poner el lente en su “acción museológica”. Una acción
museológica que no puede ser definida simplemente a través de una crónica
lineal de hechos y fechas, sino que necesita ser narrada a través de actos y
experiencias con sentido.
Emma A. no es una mujer
representativa, sino que fue una museóloga significativa por sus actos. En
especial, por los que están relacionados con la modernización de las prácticas
museológicas y que, para el caso del Museo Nacional de Colombia, significarían
su tránsito de un “museo letrado” –conformado por un gabinete de curiosidades
patrióticas y sociales- a un museo erudito y moderno.
A pesar de no ser suficientemente
conocida, la acción museológica desarrollada por Emma A. en la década de los
años setenta sigue siendo relevante y contemporánea. Como museóloga, Emma A. concibió
el museo no como un depósito de objetos inertes sino como un espacio discursivo.
A partir de esta idea, pudo y supo traducir, en el espacio expositivo del Museo
Nacional de Colombia, el valor de los objetos culturales a través de una trama
discursiva.
La
imaginación autobiográfica
Pero las tramas discursivas y los relatos que se despliegan
en los espacios expositivos de los museos son casi siempre efímeros. Y en
Colombia, de la misma forma que sabemos muy poco acerca de las realizaciones, renovaciones
y transformaciones museográficas que se han sucedido en el tiempo, desconocemos
prácticamente todo de las personas que hicieron posibles estas transformaciones
del espacio museográfico de los museos.
Es una historia pendiente por escribir. Posiblemente porque los
protagonistas de los museos, los museólogos, casi nunca escriben y sucede al
final que las huellas de sus itinerarios se borran tras de ellos. Al final,
este componente humano que está detrás de los museos, su cara oculta, son
personas que desaparecen y se pierden para la historia.
Precisamente, la investigación desarrollada
por el William L. es un potente ejercicio de “imaginación autobiográfica” que busca
identificar, reconocer e interpretar la labor museográfica que emprendió, y que
tuvo que abandonar, Emma A. a través de una narración oral que se combinó con fuentes escritas y material
visual de los museos de la segunda mitad del siglo XX.
El libro
es una conversación, de cerca de 5 años, en la que un investigador pudo
escuchar y una museóloga pudo contar su pasado. Y por ello mismo, es un ejemplo
de la capacidad que tuvieron dos personas para cooperar en la construcción de
un tipo de “escritura abierta y sugestiva, capaz de ayudar a comprender un
tiempo y un espacio humano, de llegar a ser una historia social a través del
espejo de una historia de vida” (1).
Una conversación que va más más allá
de una simple reconstrucción lineal de la trayectoria profesional de una
museóloga más o menos conocida. Las páginas de libro desgranan su atención en
detalles significativos y dispersos que iluminan sobre el recorrido vital y el
relato de valores museológicos de Emma A.
El esfuerzo que dedicó Emma A. en modernizar
las prácticas museológicas nos permite entender el lugar que las instituciones
de la memoria, como el mismo Museo Nacional de Colombia, han tenido en la
apropiación de las artes y las ciencias como en la conformación de los
imaginarios y la identidad de la sociedad colombiana.
La biografía de Emma A. plantea la
necesidad de trasladar el énfasis de la representatividad o excepcionalidad del
protagonista de una historia a la de su significación -en relación a un contexto
social e histórico-. Una significación en un sentido moral. Las páginas del
libro no son la crónica de unos hechos. Son la narración de un proyecto. Sin
duda, el proyecto profesional de Emma A. traduce una resistencia democrática y
pedagógica ante la hegemonía cultural de las élites políticas y económicas de
Colombia. A través de su conversación, el profesor William L. y la museóloga
Emma A. develan y rescatan algunos proyectos culturales de encuentro y disenso
de instituciones de la memoria que, a pesar de su aparente marginalidad, nunca
fueron funcionales a la lógica de la cultura de la guerra en Colombia.
Lejos de querer presentar a Emma A.
como una mujer excepcional, el libro nos
muestra y permite comprender la compleja articulación de una museóloga como un
sujeto social, integrante de una generación y heredera de un capital social,
cultural y político particular. Una articulación que, precisamente, le permitió
a la protagonista del libro construir su proyecto de institucionalidad
museológica para impulsar y consolidar la idea de un nuevo tipo de museo en
Colombia: la del museo como espacio discursivo centrado en la investigación
curatorial y la educación.
La aventura
museológica en Colombia
El libro que presentan Emma A. y
William L. inicia un nuevo, y denso, programa de investigación sobre la
historia de los museos y la museología en Colombia. Un programa que reconoce
que, detrás de las salas de exposiciones, las colecciones, las conferencias y
las publicaciones, existe una “cara oculta” poco reconocida o incluso ignorada que
está conformada por personas concretas de carne y huesos. Personas que “viven”
los museos como lugares cargados de emociones, razones y significados
relacionados con las prácticas culturales de adquisición, clasificación,
conservación organización, representación
e interpretación de los legados patrimoniales que recibe, genera y transmite
una sociedad.
“La aventura museológica en Colombia” abre un programa de
investigación que trata de ir más allá del reconocimiento y articulación de la
compleja, fragmentada y rica –pero también desconocida- tradición museológica
que, desde el siglo XIX, se ha venido desarrollando en Colombia tanto desde la
academia como desde la práctica profesional de los museos. Pero que, como nos
recuerda el museólogo Luis Gerardo Morales, a diferencia de lo que fue la
museología en el siglo XIX, apegada por completo a las técnicas de
conservación, registro e inventario de las colecciones, la museología
contemporánea pertenece al campo de las disciplinas sociales y las humanidades
que se interesan por “el estudio crítico
de las operaciones museográficas, y despliega su interés en las condiciones
sociopolíticas, educativas y económicas que preestablecen el sentido de
cualquier exhibición de conocimientos” (2) que dejan ver, en algunas ocasiones, el carácter resiliente,
resistente -o incluso irreverente- de algunos museos y museólogos frente el
poder.
En síntesis, libros como el de Emma
A. y William L. nos permiten conocer algunas de las historias de vida de las
personas que han hecho posible la supervivencia de las instituciones de la
memoria -y la misma transmisión de nuestro patrimonio cultural- y nos acercan a
una mirada compleja de los museos como espacios de pensamiento y acción que una
sociedad no puede ignorar, marginar o, sencillamente, desperdiciar.
NOTAS
(1) Feixa, Carles (2000), “La
imaginació autobiográfica”, L'Avenç.
Revista d´història i cultura. Barcelona #252 Pág. 16.
(2) Morales, Luis Gerardo (1996) «Qué es un museo» en: Cuiculco. Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Instituto Nacional de Antropología e Historia - Escuela Nacional de Antropología e Historia, Vol. 5, No. 7, mayo/agosto de 1996, México DF. Pág. 67.
(2) Morales, Luis Gerardo (1996) «Qué es un museo» en: Cuiculco. Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Instituto Nacional de Antropología e Historia - Escuela Nacional de Antropología e Historia, Vol. 5, No. 7, mayo/agosto de 1996, México DF. Pág. 67.
"Emma Araujo, primera museóloga del país, dona su archivo a la UN"
ResponEliminaAgencia de Noticias UN. Bogotá, 20 de mayo de 2015
Un libro escrito por el profesor José Félix Patiño, autografiado y con dedicatoria es uno de los objetos de la colección de Emma Araujo de Vallejo que ahora hacen parte de la UN. "Para Emma, humanista de verdad ilustre colaboradora de la U.N., un gran afecto F. Patiño”, fueron las palabras escritas en el libro Humanismo, medicina y ciencia, que Araujo ha guardado con afecto dentro de sus objetos más valiosos. Hoy, Emma Araujo es considerada la primera museóloga del país, no solo por cambiarle el rumbo al Museo Nacional, sino también por sus aportes, junto con Marta Traba, en el Museo de Arte Moderno en la UN. En 1959 su vida toma un giro inesperado cuando un amigo la convenció de dejar la escuela de enfermeras para tomar clases de Historia del Arte, siendo profesora Marta Traba. “Hicimos una muy grande relación profesora-alumna, acompañada de una gran amistad”, recuerda. Siete años después, cuando el profesor José Félix Patiño Restrepo era rector de la U.N., les pidió trabajar juntas en un proyecto cultural que integrara a los profesores y a las facultades. “De ese trabajo nació el Museo de Arte Moderno, fue cuando el doctor Patiño consiguió que Marta lo trasladara a la Universidad donde permaneció varios años en lo que hoy es Filosofía”, señala Emma Araujo. De esta manera, el museo cumplió con su propósito ya que además de ser el centro de exposiciones y conciertos se convirtió en una especie de imán para los estudiantes de diferentes disciplinas quienes ayudaban en la organización de todas estas actividades. Se realizaban mesas redondas de las cuales ella recuerda una sobre el Boom Latinoamericano con García Márquez y V. Llosa de invitados. “Lo que Marta Traba hizo conmigo y con muchas personas de esa época fue cambiar la forma de mirar el arte”, manifiesta la museóloga. La donación de su archivo. La donación fue una idea que salió del trabajo que hizo Emma Araujo para la creación de la Maestría en Museología, con el profesor William López de la U.N. A medida que iban buscando, ella desbarataba su archivo que no lo había movido en muchos años. Esta labor que comenzó en el 2008 fue acumulando montones de cartas, de documentos y libros. “Le dije entonces a William si esto le podría interesar a la UN y él me dijo de manera efusiva: ¡claro!”. Así fue como empezó el proceso de la donación, que al final se acumuló en 64 cajas. “Nunca tendré palabras de agradecimiento a la UN por haber recibido mi vida en papel”, afirma. Dentro de los objetos de mayor afecto se encuentra un álbum que su papá, Alfonso Araujo, le regaló cuando tenía 16 años, y que le encargó llenar con fotografías y distintos documentos sobre su vida política y diplomática. De esta manera en el álbum hay fotografías familiares y sociales del paso de Alfonso Araujo por distintos países (Brasil, Estados Unidos, Francia). También se encuentran retratos de otros políticos destacados como Jorge Eliécer Gaitán y Carlos Lozano, quien fue ministro en varias carteras, y presidente encargado en 1942. Dentro de las curiosidades que reposan en el álbum se encuentra una edición original de la revista Semana que se publicó del 17 al 24 de abril de 1948, solo ocho días después del Bogotazo, con el título: La capital de la Nación…resurgirá de sus cenizas. Hoy, en su apartamento, rodeada de obras de Fernando Botero, Alejandro Obregón y Luis Caballero, entre otras, recuerda con agrado la influencia que tuvo en ella el arte, y cómo fue su vida a través de la cultura. Ahora, ha entregado agradecida su archivo a la UN, institución donde su huella perdurará. (Por:Fin/hesp/dmh/DAL) N° 419
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ResponElimina"El gabinete magnético de Macondo" 1/3
ResponEliminaLas 2 Orillas [por Javier Aldana Holguin]. 12 de Febrero de 2019
Magnetizar es atraer, es accionar una voluntad. Con razón, Aureliano Buendía habría de recordar a Melquiades, sentado contra la ventana en el cuarto de maravillas de su padre. “Las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”, pregonaba el gitano Melquíades mientras arrastraba sus lingotes metálicos por las casas inmortales de Macondo (García, 2001). Aquel magnetismo de los lingotes que hacía que otros objetos se arrastraran detrás de ellos y que atrajo la mirada y el espanto de los habitantes de la aldea, solo iba a cobrar sentido y existencia para José Arcadio Buendía en el acto mágico de magnetizar su imaginación. No hay magnetismo en los objetos que no arrastre tras ellos una chispa de imaginación, de curiosidad y maravilla. Y tras el conjuro de magnetizar y desmagnetizar, está el artificio de un “charlatán” (Podgorny, 2015), experto en las complicadas artes magnéticas. Como charlatán, Melquíades lo sabía muy bien: sin la desaforada imaginación de José Arcadio Buendía, que trascendía incluso a la magia y el milagro, sus objetos y sus artificios carecían de la fuerza del magnetismo para atraer, carecían de valor. Pero, cada mes de marzo, aquella familia de gitanos armaba su carpa cerca de la aldea de Macondo, al sonido de los pitos y los timbales, en cuyo interior se desarrollaban todo tipo de “actos mágicos”, seguramente puestos en escena a través de diversos montajes y espectáculos a fin de magnetizar a sus habitantes. El magnetismo cobraba así una dimensión espacial, un microcosmos en donde confluía toda una suerte de fuerzas magnéticas provenientes de los objetos y puestas a funcionar por el impulso vital y creativo de un “magnetizador”, de un Melquiades. Aquella forma espacial de la carpa sembrada en las cercanías de Macondo era un verdadero “gabinete magnético”. El gabinete refiere al gabinete de curiosidades. El gabinete de curiosidades o cuarto de maravillas fue un espacio de práctica científica en los siglos XVI y XVIII que surge por la pasión por el coleccionismo, principalmente artístico y naturalístico en las cortes europeas del renacimiento (Pardo, 2017). El coleccionismo como práctica cultural y de prestigio era casi exclusivo de las élites europeas: aquellos pocos acaudalados que podían permitirse el lujo de guardar, conservar y exponer a sus visitantes una colección. Pero como toda práctica cultural susceptible de ser adoptada, diversos grupos sociales en ascenso comenzaron a imitar la pasión por las colecciones y el coleccionismo, y su ejercicio pronto se extendió a burgueses, comerciantes, médicos, boticarios y viajeros, que comenzaron a elaborar sus propias colecciones (Pardo, 2017). Melquiades, charlatán, comerciante y viajero incansable, de seguro heredó alguna vez, en un pasado muy lejano, la pasión por coleccionar los objetos mágicos que fue encontrando en “sus incontables viajes alrededor del mundo” para dejar un pedacito de ellos en un cuartito que José Arcadio Buendía construyó en el fondo de la casa más bella de Macondo... 1/3
"El gabinete magnético de Macondo" 2/3
ResponEliminaLas 2 Orillas [por Javier Aldana Holguin]. 12 de Febrero de 2019
...Muy pocos persisten en la actualidad. Las fuerzas agregadas de la “modernidad” llegaron también hasta los museos para poder tragarse con sus poderosas embestidas culturales a los cuartos de maravillas. Las colecciones de los gabinetes de curiosidades fueron subsumidas en el siglo XIX por la conformación de las colecciones mayores en los grandes museos nacionales y las universidades (Pardo, 2017). Sin embargo, aun en los museos contemporáneos, el gabinete de curiosidades persiste con otros ropajes, a veces fragmentado y disperso, vistiéndose de diversas tramas discursivas en las galerías de exposición, en otras, retomando sus contornos originales para presentarse como portadores de múltiples significados dentro de la riqueza del lenguaje expográfico moderno. Contrario a la idea de ruptura radical en donde lo nuevo ocupa el lugar de lo viejo (Harvey, 2006), en donde el museo se inscribe sin hacer referencia a su pasado en el gabinete de curiosidades, el museo en su esencia, en su unidad básica en los objetos y colecciones, conserva aún la susceptibilidad de comunicar las ideas como verdaderas fuerzas magnéticas que revistieron en el pasado a los cuartos de maravillas. Por otro lado, el magnetismo refiere al magnetismo animal o doctrina del mesmerismo cuyo descubridor Franz Anton Mesmer (1734-1815), propuso como método en una nueva terapéutica (Risoto de Mesa, 2012). Básicamente, Mesmer fundamentó su doctrina en la afirmación de la relación de los cuerpos celestes, la tierra y todo lo que en ella hay, con los cuerpos animados y, en consecuencia, con la salud, la enfermedad y la anatomía del cuerpo humano. Se trataba entonces de encontrar las leyes mecánicas que mediaban entre esa interacción. A su vez, Irina Podgorny (2015) describe al magnetismo animal como aquel agente invisible y desconocido que se manifiesta a través de las fuerzas físicas de los astros y los planetas, la energía de las estrellas, los seres animados, los procesos biológicos, atmosféricos, climáticos, químicos, geológicos, etc., presentes en la tierra; en otras palabras, el fluido, la emanación vital que mantiene en armonía y equilibrio al universo entero. Entonces, solo había que descubrir los cauces y las leyes que ponían en movimiento y en funcionamiento aquella emanación inexplicable que daba vida y armonía a todo lo existente, y esa tarea solo podía estar a cargo de un “magnetizador”, cuya voluntad y conocimientos acerca de los descubrimientos y los métodos del magnetismo animal, se ofrecían al servicio de las prácticas curativas como formas de restaurar el equilibrio perdido por la enfermedad. A partir de lo anterior, interesa rescatar el magnetismo como aquella fuerza en movimiento que genera flujos y reflujos, reacciones, cambios e interacciones entre los objetos y la imaginación de quien se relaciona con ellos. El magnetismo como el vínculo fantástico que tuvo José Arcadio Buendía con el hielo, los lingotes imantados, el catalejo y la lupa gigante, los instrumentos de navegación y el laboratorio de alquimia. Magnetizar y desmagnetizar como procesos de atraer y des-atraer la imaginación hacia los componentes complejos del mundo material, de provocar intencionalmente el fluir de las ideas y los significados en un ejercicio interpretativo en relación con el valor de los objetos presentados en un determinado contexto. 2/3
"El gabinete magnético de Macondo" 3/3
ResponEliminaLas 2 Orillas [por Javier Aldana Holguin]. 12 de Febrero de 2019
... El magnetismo se opone a la inercia de los objetos, y el flujo vital que nutre el cuerpo de los imaginarios en relación con los objetos, es el componente humano, el sujeto “magnetizador” que, mediante un acto de puesta en valor, si se quiere, una exposición museal, logra transmitir el carácter discursivo de una trama determinada (Castell, 2019). Magnetizar es atraer, es accionar una voluntad, una intencionalidad con el fin de activar la imaginación de un “observador” mediante un artificio mágico como la puesta en escena concreta de objetos y colecciones y a través de un lenguaje determinado, en donde los objetos son susceptibles de ser interpretados a través de múltiples significados, sin que ello anule, la trama propuesta por el magnetizador. Con razón, por el resto de su vida Aureliano Buendía habría de recordar a Melquiades, sentado contra la claridad de la ventana en el cuarto de maravillas de su padre, contando sus relatos fantásticos y alumbrando con su voz profunda los territorios más oscuros de su imaginación.
Referencias
Castell, E. (2019). Pensamiento y acción. La imaginación museográfica. Recuperado de https://imaginacionmuseografica.blogspot.com/2019/02/pensamiento-y-accion.html
García, M. G. (2001). Cien años de soledad. Bogotá, Colombia: Casa Editorial El Tiempo.
Harvey, D. (2006). París, capital de la modernidad. Madrid, España: Ediciones Akal.
Pardo, T. J. [D’innovació Educativa Universitat de València]. (2017, Agosto 2). 3.2. Revolución científica I. El gabinete de curiosidades [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=cPJ0BYSakt4
Podgorny, I. (2015). Charlatanería y cultura científica en el siglo XIX. Madrid, España: Editorial, Los libros de la Catarata.
Risoto de Mesa, L. (2012). Una aproximación al estudio de los imaginario en la Ilustración: el caso de Franz Anton Mesmer (1734-1815). Claridades. Revista de Filosofía 4. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6297605.pdf
"El gabinete magnético de Macondo", recuperado de https://www.las2orillas.co/el-gabinete-magnetico-de-macondo/ 3/3
“La imaginación museográfica comparte con el pensamiento empático la capacidad de ver el mundo de los museos desde la perspectiva propia y la de los otros”, afirmó Edmon Castell, profesor de la Facultad de Artes. Al finalizar la sesión y a modo de conclusión reiteró: “Tenemos que vindicar la museografía como algo propio, como un saber de acción y de transformación. […] Reconstruir el pensamiento y acción museográfica: esto no se ha hecho”.
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