dilluns, 17 de novembre del 2025

TESTIMONIOS CONTRA LA BESTIA

El último trabajo del historiador y activista E.P. Thompson, de publicación póstuma, Witness Against the Beast gira alrededor del legado radical del poeta, pintor y grabador William Blake (Londres, 1757-1827). En este ensayo, Thompson, en una reivindicación de lo que podría considerarse su propia lealtad hacia una tradición antinómica recorre el “vociferante impulso” de las sectas religiosas disidentes en  una continuidad que, como argumentaba el mismo Thompson y han reconocido otros historiadores, “alcanza a [William] Blake en un dualismo de oposición que marcaba una cultura y una política del trabajo, la moralidad, la legalidad y la servidumbre establecidas y desafiadas por la fe, el perdón y la libertad” (Jiménez, 2008).

Sin duda, Witness Against the Beast: William Blake and the Moral Law, es una interpretación de una obra estética que, como nos sugiere Thompson, puede leerse como un universo cultural antihegemónico. Un universo simbólico que, en el interregno del siglo XVIII al XIX, constituye una demoledora crítica social de la sociedad y, al mismo tiempo, una argamasa que brinda, para la gente perdida para la historia -como los luditas, entre otros- un sentido común alternativo a ese mundo que trajo “la bestia” hace más de doscientos años, el monstruo del capital en la forma de la emergente sociedad industrial que todavía perdura.

De esta forma, la obra que desarrolló E. P. Thompson antes de morir en 1993 en torno al poeta, pintor y grabador William Blake puede ayudarnos a comprender las mitopoiesis de las clases subalternas que articulan aspiraciones profundas y ayudan a combatir los miedos de las comunidades y, de manera en especial, los de las clases subalternas que vivieron en el “interregno” entre la Ilustración y el Romanticismo.


MITOPOIESIS EN UN “INSTANTE DE PELIGRO”

En este sentido, la obra de William Blake, como también la una escritora de una generación romántica posterior como Mary Shelley (Londres, 1797-1851), pueden verse y leerse como fragmentos de legado radical del romanticismo que, desde distintos lenguajes estéticos, el grabado y la literatura, Blake y Shelley dieron a luz una vibrante crítica radical contra la desigualdad y, de forma específica contra las nuevas formas de organización del trabajo fabril que se desarrolló a partir de la industrialización a finales del siglo XVIII. 

De alguna forma, la obra de Shelley y Blake dan cuenta un potente legado, conectado y disidente con el status quo del pasado y presente, que todavía hoy da testimonio del mundo surgido del capitalismo. Son mitopoiesis que muestran la capacidad de crear mundos en instantes de peligro para las clases subalternas.

Como les consta a los filósofos (Fernández-Savater), el conocimiento racional nos ayuda a conocer la realidad, pero no nos impulsa a cambiar el mundo porque cualquier proceso de transformación social requiere la implicación de la dimensión emocional e incluso afectiva. Por ello es necesario la producción de mitos que ofrezcan un lenguaje para articular las aspiraciones colectivas más profundas y nos ayuden a comprender y combatir los miedos de cada comunidad. Desde este punto de vista, ampliar el campo de la “imaginación” no se opone a ampliar el campo de la “razón”, sino que ambas, razón e imaginación se hallan “en función de producir un cambio en el sistema social y cultural” (Yuchak, 2012).


ARTE, RELIGIÓN Y CIENCIA

Pero ni Shelley ni Blake soñaron su vasto universo simbólico solos y desde la nada. Como nos enseñó Thompson, William Blake escribía, pintaba y hacía grabados dentro de una tradición conocida, usando términos y figuras que siete u ocho generaciones de sectas religiosas -como las antinomianas- habían hecho familiares en su Londres natal. Lo mismo sucede con la obra de Mary Shelley. Recientemente, jóvenes historiadoras como Samantha Wesner han mostrado algunas de las conexiones que existen entre la criatura de Frankenstein y la tradición de los “colosos revolucionarios” (Wesner, 2020).

Poeta, grabador, pintor, activista…  William Blake puede considerarse como un artista total. Un visionario, y un enemigo de la Ilustración, que trataba de traducir en diversos lenguajes estéticos sus visiones. Precisamente, una de las dificultades y conflictos para interpretar a Blake es su multiplicidad de formas y universos estéticos y poéticos de inspiración bíblica y poética. William Blake supo crear imágenes muy poderosas, como la de “Newton”, para representar una alegoría del científico esclavo de la razón. Para Blake, La verdadera sabiduría procede de la imaginación y de las visiones y no de la razón, por lo que los científicos ilustrados mataban la vida con su empirismo y reduccionismo.

A lo largo de su vida, Blake conformó una rica y apasionada cosmología propia: Mitos, monstruos y dioses, entre los que destaca “la Trinidad diabólica” como principal fuente del mal. La elección de la triada de Francis Bacon (1561-1626), Isaac Newton (1642-1727) y John Locke (1632-1704) como personificación del empirismo, mecanicismo y mercantilismo posiblemente fue debida a que estas personas ocuparon cargos públicos y favorecieron la política de la oligarquía terrateniente. Los tres simbolizan la jerarquización natural de la sociedad, el mantenimiento de las leyes inmutables del universo y la conversión de los hombres en mercancías. De forma específica, Newton refleja la condición humana que es esclava de la razón y encarna, para Blake, el “poder maligno” del espíritu de la medida. 

Es conocido que William Blake procedía de una familia artesana y, por parte de su madre, antinomiana. Los principios del antinomismo ofrecía un desafío radical a la  ideología legitimadora de la ley natural de la sociedad del siglo XVIII. Thompson precisamente ha mostrado como las sectas religiosas disidentes constituían una defensa de sus miembros, conformados principalmente por artesanos, y una crítica a la religión oficial que legitimaba el status quo social.

A lo largo de su vida, William Blake fue un defensor radical de la emancipación política, un crítico implacable contra la desigualdad y las distintas formas de esclavitud que incluían las derivadas de las nuevas formas de organización del trabajo fabril. 


LOS LUDITAS, UNA IMAGEN DIALÉCTICA

Los luditas querían preservar algo de su pasado colectivo y al mismo tiempo, democratizar los nuevos procesos laborales que la industrialización había puesto en marcha desde finales del siglo XVIII. Las revueltas mecanoclastas de Ludd, Swing y Rebecca tuvieron un impacto en la opinión burguesa del siglo XIX. Fueron considerados como una amenaza al orden social y, por ello mismo, promulgaron leyes que castigaban el sabotaje a las máquinas como un delito que se pagaba con la vida.

En este contexto la novela de Frankenstein (1818) puede leerse como una metáfora política del ludismo. En los últimos años, diversas interpretaciones (Rendueles, 2015) inciden en que la novela de Mary Shelley constituye una mirada crítica desde la ficción sobre las condiciones sociales que estaban generando las transformaciones del capitalismo emergente. De esta forma, aunque la mayor parte de los luditas fueron desterrados o colgados en la horca y el movimiento finalmente sofocado, a un nivel simbólico podemos inferir que el movimiento ludita no fue una causa perdida para la historia. Los hombres y mujeres que participaron en esas revueltas luditas despertaron y agitaron en su momento la conciencia de muchas personas entre las clases subalternas y, posiblemente por ello mismo, más de doscientos años después, su “supervivencia” proporciona una potente imagen del cambio. Sus luchas pasadas pueden seguir siendo escuchadas y leídas como puntos luminosos para pensarse como fuente de inspiración para las luchas presentes (Lowy, 2002: 22). 

Es por ello que, frente “la prepotencia de la historia”, la obra plástica y literaria de William Blake y Mary Shelley, configuran una especie de constelación conformada por imágenes dialécticas que, desafiando el tiempo, dan cuenta de un conjunto cristalizado de tensiones que todavía contienen una totalidad histórica

Es posible que gracias a estas imágenes dialécticas en las que confluyen Ludd, Swing, Rebecca y la criatura de Frankenstein podamos seguir encarando a “esa bestia” que vino del mundo del capitalismo hace más de doscientos años -y que hoy se sigue manifiestando en distintas y nuevas formas de exterminismo-, para que “los hombres y mujeres del futuro nos consideren y vuelvan la vista hacia nosotros, afirmando y renovando el sentido de nuestra lucha” (Thompson, 1978: 234).

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